Todo ese espacio, majestuoso a su manera, es hoy un campamento insalubre de miles de personas sin techo y que nadie se atreve a desmontar.
Hay cuatro vehículos autobomba de color rojo intenso preparados para salir, dos aparcados en la calle y dos en la cochera. El quinto se encuentra en la mesa de operaciones sometido a una revisión de achaques.
En tiempos hubo un sexto, ya difunto y reducido a chatarra. Estos medios son un símbolo de lo que pesa el Estado en Haití, de cuáles son sus armas para enfrentarse a los desastres naturales y la mejor explicación de tanta ineficacia y descontrol: sólo 140 bomberos y cinco camiones para una ciudad de dos millones de habitantes.
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